martes, 28 de diciembre de 2010

Culturas Juveniles - Resumen Clase



JÓVENES, CULTURAS Y UNIVERSIDAD

Elizabeth Gallego. Psicóloga - Pablo Granada. Comunicador Social

(VERSIÓN EDITADA - ADAPTADA A CONTEXTO LOCAL)




Fotos: www.nataliaferretti.net






¿DESDE DÓNDE SE APRENDE?
Más 1.500 millones de personas, correspondientes a más del treinta por ciento de la población mundial son jóvenes entre los 10 y 24 años, rango de edad en el cual están tomando muchas de las decisiones trascendentales. No sólo tenemos hoy en día un número mayor de jóvenes que en cualquier otro momento de la historia, sino que se está ampliando el período tradicionalmente definido como adolescencia: la llegada a la pubertad se está produciendo a edades más tempranas, al tiempo que la edad de contraer matrimonio se retrasa. Al llegar a los 20 años, un 30% de los adolescentes latinoamericanos ya tienen un hijo, y la proporción va en ascenso.

Ante el carácter dinámico del mundo juvenil, todo esfuerzo investigativo unidisciplinar corre el riesgo de captar una imagen distorsionada del fenómeno. Solamente una mirada transdisciplinaria, centrada en lo cultural, permite captar con más fidelidad el mundo de los jóvenes. Es en las manifestaciones materiales y simbólicas de lo cultural donde los jóvenes tejen sus redes de significación e intercambian sentidos (o "sin-sentidos") con el mundo que les tocó en suerte vivir.


Diversos motivos han llevado a estudiar las sub-culturas juveniles. Entre otras figuran los estudios hechos por y para la publicidad, que ven a los jóvenes como un tagrget-group o población-diana de la oferta de bienes de consumo. La salud se ha centrado en ellos como población de alto riesgo para la ocurrencia de enfermedades relacionadas a la salud física o mental. Los gobiernos de los distintos niveles también han abordado lo juvenil como pivote de políticas específicas dirigidas a la atención y prevención del delito. Los sectores económicos ven lo juvenil como una moratoria social que la sociedad capitalista le da al futuro trabajador para que se cualifique como factor de producción o mano de obra.
Lo juvenil a través de la historia:

En la historia reciente se pueden identificar, Según C. M. Perea, tres etapas en la construcción de imaginarios de juventud: En primer lugar la de la juventud imaginada que va hasta los años cincuenta y entendida como "eterno tesoro" y "futuro del país". El joven encarnaba entonces la esperanza futura para el país, dada su heroicidad y vitalidad. Los partidos liberal y conservador se apropiaron esta imagen del joven de manera diferente. Los rojos, en contraposición a los conservadores, resaltaron la imagen de lo juvenil y menospreciaron lo tradicional. Si embargo la juventud era el medio del cual el actor político se beneficiaba, sin colocar elementos que reivindicaran propiamente lo juvenil.

Entre 1950 y 1984 se identifica el período de la juventud subvertora, caracterizada por la crisis de la iglesia y los partidos políticos. Perdida la hegemonía de la Iglesia en el orden de los símbolos que mediaban las practicas sociales, y erosionada la adscripción militante y sectaria a los partidos, surgió una nueva práctica política desde el lenguaje de la guerra. Esta crisis no era más que un síntoma a nivel nacional de la caída del paradigma moderno en el mundo. En este contexto "la dimensión imaginaria de la juventud se funde por primera vez con el ciclo vital específico depositando en los jóvenes la tarea de transformación de la sociedad. La juventud se convierte en portadora de los sueños de la subversión." Revolución simbólico manifesta en los movimientos hippie o existencialista; insurgencia social a través de la militancia política en grupos de oposición legal e ilegal. "Lo que llevó a que el joven esperanza y futuro se trastoque en el joven-problema y desintegrado desde la crítica, la anomia y la altanería."

La Juventud sin máscaras, tercera etapa. La adscripción del joven a bandas lo colocó ya no en el terreno de la moratoria social ni del imaginario de "adulto-futuro". Ahora se hacía presente en la esfera política, social y cultural. En la esfera política hace presencia en los consejos municipales de juventud y en las instancias que definen las políticas de relación Estado-juventud. En lo social, participa en la guerrilla y las fuerzas militares, así como en el proceso de producción, distribución y consumo de drogas. Y en lo cultural, "sus expresiones rotan en torno a la construcción de identidades ligadas a las demandas, expectativas y deseos de un ciclo vital de la existencia." De ser promesas del futuro "pasaron a ser constructores del presente, sin identidad propia, con otros valores y otras formas de construir y dar sentido a la vida."

Al despojarse de las formas tradicionales de representación social que los ubicaban en el "sin lugar" de la utopía pasada o futura, los jóvenes inician la búsqueda de su identidad en el ahora. Y la globalización está a la vuelta de la esquina para ofrecer lo que la tradición no puede. En las fisuras de una identidad afincada en los territorios urbanos, regionales o nacionales, eclosionan las más diversas formas de expresión juvenil. Dinamizadas por el contacto con las culturas "desterritorializadas" del Globo, las sub-culturas juveniles se integran a una "comunidad" transnacional de consumidores, portadora de nuevos universos simbólicos.


Respecto a sus formas culturales, Rossana Reguillo, afirma que los jóvenes "constituyen grupalidades diferenciales, adscripciones identitarias que se definen y organizan en torno a banderas, objetos, creencias, estéticas y consumos culturales que varían de acuerdo al nivel socio-económico, a las regiones, al grado de escolaridad, entre otros factores." Las adscripciones identitarias de las que habla Reguillo plantean un concepto de identidad entendido como acto de apropiación simbólica, pero ya no desde lo territorial sino desde los consumos culturales. La construcción social del concepto juventud la asumimos entonces en términos de moratoria social, generación, género, juvenilización, corporalidad, mercado y tribalización.













Culturas Juveniles - Jesús Martín Barbero

Jóvenes: comunicación e identidad
Jesús Martín Barbero





“En nuestras barriadas populares urbanas tenemos camadas enteras de jóvenes cuyas cabezas dan cabida a la magia y a la hechicería, a las culpas cristianas y a la intolerancia piadosa, lo mismo que a utópicos sueños de igualdad y libertad, indiscutibles y legítimos, así como a sensaciones de vacío, ausencia de ideologías totalizadoras, fragmentación de la vida y tiranía de la imagen fugaz y el sonido musical como lenguaje único de fondo”1.
F. Cruz Kronfly
1. Transformaciones de la sensibilidad y des-ordenamiento cultural
¿Hay algo realmente nuevo en la juventud actual?. Y si lo hay, ¿cómo pensarlo sin mixtificar tramposamente la diversidad social de la juventud en clases, razas, etnias, regiones?. La respuesta a esas preguntas pasa por aceptar la posibilidad de fenómenos trans-clasistas y trans-nacionales HAY COSAS QUE ESTAN EXPERIMENTANDO Y VIVIENDO POR IGUAL JOVENES DE DISTINTAS CLASES Y DISTINTAS NACIONALIDADES, que a su vez son experimentados siempre en las modalidades y modulaciones que introduce la división social y la diferencia cultural.
Para dibujar un primer campo de procesos en que se insertan los cambios que experimentan los adolescentes y los jóvenes hoy voy a servirme de dos reflexiones especialmente orientadoras. La primera es un libro de Margaret Mead, la antropóloga quizá más influyente que han tenido los Estados Unidos, publicado en inglés el año 70. La segunda corresponde a los provocadores trabajos de Joshua Meyrowitz en los que estudia los cambios que atraviesan las relaciones entre las formas humanas de comunicar y los modos de ejercer la autoridad.
En su libro, Margaret Mead escribe: “nuestro pensamiento nos ata todavía al pasado, al mundo tal como existía en la época de nuestra infancia y juventud, nacidos y criados antes de la revolución electrónica, la mayoría de nosotros no entiende lo que ésta significa. Los jóvenes de la nueva generación, en cambio, se asemejan a los miembros de la primera generación nacida en un país nuevo. Debemos aprender junto con los jóvenes la forma de dar los próximos pasos; Pero para proceder así, debemos reubicar el futuro. A juicio de los occidentales, el futuro está delante de nosotros. A juicio de muchos pueblos de Oceanía, el futuro reside atrás, no adelante. Para construir una cultura en la que el pasado sea útil y no coactivo, debemos ubicar el futuro entre nosotros, como algo que está aquí listo para que lo ayudemos y protejamos antes de que nazca, porque de lo contrario, será demasiado tarde”.
Lo que ahí se nos plantea es la envergadura antropológica de los cambios que atravesamos y las posibilidades de inaugurar escenarios y dispositivos de diálogo entre generaciones y pueblos. Para ello la autora traza un mapa de los tres tipos de cultura que conviven en nuestra sociedad. Llama postfigurativa a la cultura que ella investigó como antropóloga, y que es aquella en la que el futuro de los niños está por entero plasmado en el pasado de los abuelos, pues la matriz de esa cultura se halla en el convencimiento de que la forma de vivir y saber de los ancianos es inmutable e imperecedera. Llama cofigurativa a la que ella ha vivido como ciudadana norteamericana, una cultura en la que el modelo de los comportamientos lo constituye la conducta de los contemporáneos, lo que le permite a los jóvenes, con la complicidad de su padres, introducir algunos cambios por relación al comportamiento de los abuelos. Finalmente llama prefigurativa a una nueva cultura que ella ve emerger a fines de los años 60 y que se caracteriza como aquella en la que los pares reemplazan a los padres, instaurando una ruptura generacional sin parangón en la historia, pues señala no un cambio de viejos contenidos en nuevas formas, o viceversa, sino un cambio en lo que denomina la naturaleza del proceso: la aparición de una “comunidad mundial” en la que hombres de tradiciones culturales muy diversas emigran en el tiempo, inmigrantes que llegan a una nueva era desde temporalidades muy diversas, pero todos compartiendo las mismas leyendas y sin modelos para el futuro. Un futuro que sólo balbucean los relatos de ciencia-ficción en los que los jóvenes encuentran narrada su experiencia de habitantes de un mundo cuya compleja heterogeneidad no se deja decir en las secuencias lineales que dictaba la palabra impresa, y que remite entonces a un aprendizaje fundado menos en la dependencia de los adultos que en la propia exploración que los habitantes del nuevo mundo tecno-cultural hacen de la imagen y la sonoridad, del tacto y la velocidad.
Además de “la esperanza del futuro”, los jóvenes constituyen hoy el punto de emergencia de una cultura otra, que rompe tanto con la cultura basada en el saber y la memoria de los ancianos, como en aquella cuyos referentes aunque movedizos ligaban los patrones de comportamiento de los jóvenes a los de padres que, con algunas variaciones, recogían y adaptaban los de los abuelos. Al marcar el cambio que culturalmente atraviesan los jóvenes como ruptura se nos están señalando algunas claves sobre los obstáculos y la urgencia de comprenderlos, esto es sobre la envergadura antropológica, y no sólo sociológica, de las transformaciones en marcha.
J. Meyrowitz apoya su trabajo en investigaciones históricas y antropológicas sobre la infancia, en las que se descubre cómo durante la Edad Media y el Renacimiento los niños han vivido todo el tiempo revueltos con los mayores, revueltos en la casa, en el trabajo, en la taberna y hasta en la cama, y es sólo a partir del siglo XVII que la infancia como tal ha empezado a tener existencia social. Ello merced en gran medida al declive de la mortalidad infantil y a la aparición de la escuela primaria, en la que el aprendizaje pasa de las prácticas a los libros, asociados a una segmentación al interior de la sociedad que separa lo privado de lo público, y que al interior de la casa misma instituye la separación entre el mundo de los niños y el de los adultos. Desde el XVII hasta mediados del siglo XX el mundo de los adultos había creado unos espacios propios de saber y de comunicación de los cuales mantenía apartados a los niños, hasta el punto que todas las imágenes que los niños tenían de los adultos eran filtradas por las imágenes que la propia sociedad, especialmente a través de los libros escritos para niños, se hacía de los adultos. Desde mediados de nuestro siglo esa separación de mundos se ha disuelto, en gran medida por la acción de la televisión que, al transformar los modos de circulación de la información en el hogar rompe el cortocircuito de los filtros de autoridad parental . Afirma Meyrowitz: “Lo que hay de verdaderamente revolucionario en la televisión es que ella permite a los más jóvenes estar presentes en las interacciones de los adultos (...)"Es como si la sociedad entera hubiera tomado la decisión de autorizar a los niños a asistir a las guerras, a los entierros, a los juegos de seducción eróticos, a los interludios sexuales, a las intrigas criminales. La pequeña pantalla les expone a los temas y comportamientos que los adultos se esforzaron por ocultarles durante siglos”. Mientras la escuela sigue contando unas bellísimas historias tanto de los padres de la patria como de los del hogar - héroes abnegados y honestos, que los libros para niños corroboran- la televisión expone cotidianamente los niños a la hipocresía y la mentira, al chantaje y la violencia que entreteje la vida cotidiana de los adultos. Resulta bien significativo que mientras los niños siguen gustando de libros para niños, prefieren sin embargo - numerosas encuesta hablan de un 70 % y más- los programas de televisión para adultos. Y ello porque al no exigir un código complejo de acceso, como el que exige el libro, la televisión posibilita romper la largamente elaborada separación del mundo adulto y sus formas de control. Mientras el libro escondía sus formas de control en la complejidad de los temas y del vocabulario, el control de la televisión exige hacer explícita la censura. Y como los tiempos no están para eso, la televisión, o mejor la relación que ella instituye de los niños y adolescentes con el mundo adulto, va a reconfigurar radicalmente las relaciones que dan forma al hogar.
Es obvio que en ese proceso la televisión no opera por su propio poder sino que cataliza y radicaliza movimientos que estaban en la sociedad previamente, como las nuevas condiciones de vida y de trabajo que han minado la estructura patriarcal de la familia: inserción acelerada de la mujer en el mundo del trabajo productivo, drástica reducción del número de hijos, separación entre sexo y reproducción, transformación en las relaciones de pareja, en los roles del padre y del macho, y en la percepción que de sí misma tiene la mujer. Es en ese debilitamiento social de los controles familiares introducido por la crisis de la familia patriarcal donde se inserta el des-ordenamiento cultural que refuerza la televisión. Pues ella rompe el orden de las secuencias que en forma de etapas/edades organizaban el escalonado proceso del aprendizaje ligado a la lectura y las jerarquías en que este se apoya. Y al deslocalizar los saberes, la televisión desplaza las fronteras entre razón e imaginación, saber e información, trabajo y juego.
Jesús Martín Barbero
Culturas Juveniles
(Segunda parte)
Lo que hay de nuevo hoy en la juventud, y que se hace ya presente en la sensibilidad del adolescente, es la percepción aun oscura y desconcertada de una reorganización profunda en los modelos de socialización: ni los padres constituyen el patron-eje de las conductas, ni las escuela es el único lugar legitimado del saber, ni el libro es el centro que articula la cultura. La lúcida mirada de M.Mead apuntó al corazón de nuestros miedos y zozobras: tanto o más que en la palabra del intelectual o en las obras de arte, es en la desazón de los sentidos de la juventud donde con más fuerza se expresa hoy el estremecimiento de nuestro cambio de época.
Visibilidad social y cultural de la juventud en la ciudad
Los principales signos que se pueden distinguir son la des-territorialización que atraviesan las culturas, como el malestar en la cultura que experimentan los más jóvenes en su radical replanteamiento de las formas tradicionales de continuidad cultural: más que buscar su nicho entre las culturas ya legitimadas por los mayores ellos radicalizan su experiencia de desanclaje. Los cambios apuntan hacia estas direcciones:
El surgimiento de sensibilidades “desligadas de las figuras, estilos y prácticas de añejas tradiciones que definen ‘la cultura’ y cuyos sujetos se constituyen a partir de la conexión/desconexión con los aparatos”.
La empatía de los jóvenes con la cultura tecnológica, que va de la información absorbida por el adolescente en su relación con la televisión a la facilidad para entrar y manejarse en la complejidad de las redes informáticas, lo que está en juego es una nueva sensibilidad hecha de una doble complicidad cognitiva y expresiva: es en sus relatos e imágenes, en sus sonoridades, fragmentaciones y velocidades que ellos encuentran su idioma y su ritmo. Estamos ante la formación de comunidades hermenéuticas que responden a nuevos modos de percibir y narrar la identidad, y de la conformación de identidades con temporalidades menos largas, más precarias pero también más flexibles, capaces de amalgamar, de hacer convivir en el mismo sujeto, ingredientes de universos culturales muy diversos.
La programación televisiva se halla fuertemente marcada, a la vez, por la discontinuidad que introduce la permanente fragmentación –cuyos modelos en términos estéticos y de rentabilidad se hallan en el videoclip publicitario y el musical- y por la fluida mezcolanza que posibilita el zapping, el control remoto, al televidente, especialmente al televidente joven ante la frecuente mirada molesta del adulto, para armar “su programa” con fragmentos o "restos" de deportes, noticieros, concursos, conciertos o films.
Son las redes audiovisuales las que efectúan, desde su propia lógica, una nueva diagramación de los espacios e intercambios urbanos. Estamos habitando un nuevo espacio comunicacional en el que “cuentan” menos los encuentros y las muchedumbres que el tráfico, las conexiones, los flujos y las redes. Estamos ante nuevos “modos de estar juntos” y unos nuevos dispositivos de percepción que se hallan mediados por la televisión, el computador, y dentro de muy poco por la imbricación entre televisión e informática en una acelerada alianza entre velocidades audiovisuales e informacionales. Los ingenieros de lo urbano ya no están interesados en cuerpos reunidos, los prefieren interconectados.
No puede entonces resultar extraño que las nuevas formas de habitar la ciudad del anonimato, especialmente por las generaciones que han nacido con esa ciudad, sea agrupándose en tribus cuyos vinculos no provienen ni de un territorio fijo ni de un consenso racional y duradero sino de la edad y del género, de los repertorios estéticos y los gustos sexuales, de los estilos de vida y las exclusiones sociales. Enfrentando la masificada diseminación de sus anonimatos, y fuertemente conectada a las redes de la cultura-mundo de la información y el audiovisual, la heterogeneidad de las tribus urbanas nos descubre la radicalidad de las transformaciones que atraviesa el nosotros, la profunda reconfiguración de la sociabilidad
Ante el desconcierto de los adultos vemos emerger una generación formada por sujetos dotados de una “plasticidad neuronal” y elasticidad cultural que, aunque se asemeja a una falta de forma, es más bien apertura a muy diversas formas, camaleónica adaptación a los más diversos contextos y una enorme facilidad para los “idiomas” del vídeo y del computador, esto es para entrar y manejarse en la complejidad de las redes informáticas.
Los jóvenes articulan hoy las sensibilidades modernas a las posmodernas en efímeras tribus que se mueven por la ciudad estallada o en las comunidades virtuales, cibernéticas. Y frente a las culturas letradas - ligadas estructuralmente al territorio y a la lengua- las culturas audiovisuales y musicales rebasan ese tipo de adscripción congregándose en comunas hermenéuticas que responden a nuevas maneras de sentir y expresar la identidad, incluida la nacional. Estamos ante identidades más precarias y flexibles, de temporalidades menos largas y dotadas de una flexibilidad que les permite amalgamar ingredientes provenientes de mundos culturales distantes y heterogéneos, y por lo tanto atravesadas por dis-continuidades en las que conviven gestos atávicos con reflejos modernos, secretas complicidades con rupturas radicales.

Nuevos lenguajes y formación de ciudadanos
La escuela ha dejado de ser el único lugar de legitimación del saber, pues hay una multiplicidad de saberes que circulan por otros canales y no le piden permiso a la escuela para expandirse socialmente. Esta diversificación y difusión del saber, por fuera de la escuela, es uno de los retos más fuertes que el mundo de la comunicación le plantea al sistema educativo. Frente al maestro que sabe recitar muy bien su lección hoy se sienta un alumno que por ósmosis con el medio-ambiente comunicativo se halla “empapado” de otros lenguajes, saberes y escrituras que circulan por la sociedad. Saberes-mosaico, como los ha llamado A. Moles, por estar hechos de trozos, de fragmentos, que sin embargo no impiden a los jóvenes tener con frecuencia un conocimiento más actualizado en física o en geografía que su propio maestro. Lo que está acarreando en la escuela no una apertura a esos nuevos saberes sino un fortalecimiento del autoritarismo, como reacción a la pérdida de autoridad que sufre el maestro, y la descalificación de los jóvenes como cada día más frívolos e irrespetuosos con el sistema del saber escolar.
Y sin embargo lo que nuestras sociedades están reclamando al sistema educativo es que sea capaz de formar ciudadanos y que lo haga con visión de futuro, esto es para los mapas profesionales y laborales que se avecinan. Lo que implica abrir la escuela a la multiplicidad de escrituras, de lenguajes y saberes en los que se producen las decisiones. Para el ciudadano eso significa aprender a leer/descifrar un noticiero de televisión con tanta soltura como lo aprende hacer con un texto literario. Y para ello necesitamos una escuela en la que aprender a leer signifique aprender a distinguir, a discriminar, a valorar y escoger donde y cómo se fortalecen los prejuicios o se renuevan las concepciones que tenemos de la política y de la familia, de la cultura y de la sexualidad. Necesitamos una educación que no deje a los ciudadanos inermes frente a las poderosas estratagemas de que hoy disponen los medios masivos para camuflar sus intereses y disfrazarlos de opinión pública.
De ahí la importancia estratégica que cobra hoy una escuela capaz de un uso creativo y crítico de los medios audiovisuales y las tecnologías informáticas. Pero ello sólo será posible en una escuela que transforme su modelo (y su praxis) de comunicación, esto es que haga posible el tránsito de un modelo centrado en la secuencia lineal - que encadena unidireccionalmente grados, edades y paquetes de conocimiento- a otro descentrado y plural, cuya clave es el “encuentro” del palimpsesto y el hipertexto. Pues como ante afirmé el palimpsesto es ese texto en el que un pasado borrado emerge tenazmente, aunque borroso, en las entrelíneas que escriben el presente; y el hipertexto es una escritura no secuencial, un montaje de conexiones en red que, al permitir/exigir una multiplicidad de recorridos, transforma la lectura en escritura. Mientras el tejido del palimpsesto nos pone en contacto con la memoria, con la pluralidad de tiempos que carga, que acumula todo texto, el hipertexto remite a la enciclopedia, a las posibilidades presentes de intertextualidad e intermedialidad. Doble e imbricado movimiento que nos está exigiendo sustituir el lamento moralista por un proyecto ético: el del fortalecimiento de la conciencia histórica, única posibilidad de una memoria que no sea mera moda retro ni evasión a las complejidades del presente. Pues sólo asumiendo la tecnicidad mediática como dimensión estratégica de la cultura es que la escuela puede hoy interesar a la juventud e interactuar con los campos de experiencia que se procesan esos cambios: desterritorialización / relocalización de las identidades, hibridaciones de la ciencia y el arte, de las literaturas escritas y las audiovisuales: reorganización de los saberes y del mapa de los oficios desde los flujos y redes por los que hoy se moviliza no sólo la información sino el trabajo, el intercambio y la puesta en común de proyectos, de investigaciones científicas y experimentaciones estéticas. Sólo haciéndose cargo de esas transformaciones la escuela podrá interactuar con las nuevas formas de participación ciudadana que el nuevo entorno comunicacional le abre hoy a la educación.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Cartografías Urbanas







Cartografías Urbanas


Aspectos conceptuales:

La cultura urbana es un tema complejo y multidimensional. Su abordaje no puede ser algo menos que interdisciplinario. Los estudios culturales y las ciencias sociales han desarrollado modos de aproximarse a ella, de empezar a dar cuenta de sus particularidades y especificidades. Uno de esos modos lo constituyen las formas que tienen los sujetos, hombres y mujeres, de recorrer la ciudad, pasearla, caminarla, atravesarla, ya sea por motivos de trabajo, esparcimiento o domésticos. Estas formas de recorrerla implican a su vez formas de experimentarla, imaginarla y de narrarla. Todo ello configura “cartografías”, croquis o mapas mentales que diseñan y determinan ciertos discursos sobre la ciudad, maneras de consumirla y de practicarla. Los recorridos urbanos mantienen un vínculo epistémico y “libidinal” entre los sujetos y la ciudad. A partir de ellos, los hombres y mujeres urbanos crean y recrean imaginarios de pertenencia a la urbe, crean estrategias de uso y consumo en ella y con ella; se generan narraciones y ficciones, leyendas urbanas sobre el vivir en la ciudad. Recorrer la ciudad es una forma de negociar con la ciudad, de tratarla cotidianamente, de tomarle el pulso presente y compararla constantemente con los recuerdos, la memoria histórica, el lugar de origen, pero también con el futuro, las proyecciones y utopías de la ciudad que deseamos.
¿Que son las cartografías urbanas?
La primera oscilación entre lo visible y lo invisible se muestra como tensión entre la ciudad experimentada físicamente y la ciudad imaginada. "Nos damos cuenta de que vivimos en ciudades porque nos apropiamos de sus espacios: casas y parques, calles y viaductos. Pero no recorremos la ciudad sólo a través de medios de transporte sino también con los relatos e imágenes que confieren apariencia de realidad aún a lo invisible: los mapas que inventan y ordenan la trama urbana, los discursos que representan lo que ocurre o podría acontecer en la ciudad, según lo narran las novelas, películas y canciones, la prensa, la radio y la televisión." (Néstor garcía Canclini)
Las cartografías urbanas son mapas que hablan de recorridos. La museografía de los recorridos urbanos recoge una serie de cartografías cognitivas - afectivas, es decir un mapa simbólico - epistémico y emocional donde el sujeto encuentra puntos para reflexionar sobre su vida cotidiana en la urbe, realidades que no son cuestionadas por la misma vida cotidiana, ni problematizadas por los medios de comunicación, ni atendidos por los discursos oficiales y que sin embargo, día a día construyen nuestra identidad como habitantes de Guayaquil, en micro escenarios y prácticas de bajo perfil, pero altamente relevantes a la hora de dar cuenta de las formas de ser guayaquileño, es decir de las formas reales de ser en Guayaquil.
Estos recorridos han sido ubicados según tres coordenadas que varían su intensidad según los casos: recorridos de trabajo, recorridos domésticos, recorridos de esparcimiento. En cada recorrido los sujetos sociales entablan determinados tipos de relaciones sociales, se posicionan según ciertas estructuras y órdenes prefigurados por las lógicas sociales, se producen y reproducen imaginarios y consumos culturales que tienen a la ciudad como trasfondo tanto como protagonista.
En términos teóricos cada recorrido puede ser discernido analíticamente en tres tipos de recorridos: físicos, simbólicos e imaginarios. Pero en realidad estas tres dimensiones están intrínsecamente articuladas en la vida cotidiana, y una no puede funcionar sin las otras.
Trayectorias y Recorridos por la Ciudad
Al recorrer las zonas que desconocemos, nos cruzamos con múltiples “otros'' e imaginamos cómo viven en escenarios distintos de nuestros barrios y centros de trabajo.
Néstor García Canclini
Recorridos físicos: Aluden al desplazamiento, a los cambios de paisaje. Al paso por la piel de la ciudad. Su arquitectura, sus calles, mercados, parques y plazas. Son recorridos que señalan texturas físicas, planos y espacios para la habitabilidad y los flujos. Es la ciudad de los tráficos, de las esquinas, de los baches, de los obstáculos, de las avenidas y las velocidades.
Recorridos simbólicos: Recorridos que se hacen en el discurso, en el lenguaje social. Aluden a las narraciones y ficciones sobre la ciudad y desde las cuales se tejen las identidades urbanas. La dimensión simbólica es aquella que se genera en las interpretaciones de los ciudadanos, en lo que cuentan de una ciudad, sobre sus lugares, sobre la relación con los otros, sobre cómo conviven con el otro y sus territorios. Es también la dimensión de las interpretaciones que se recogen en los dichos de la gente, en las noticias de los medios y en la opinión pública. La literatura, la publicidad, los discursos oficiales, etc., son también lugares de registro donde se dan formas de recorridos que apalabran la ciudad. Simbólica es también la orientación del sujeto en la ciudad según los nombres de las calles, las direcciones, los reconocimientos de lugares y avenidas por los nombres puestos por la gente, más allá de los nombres oficiales.
Recorridos imaginarios: Hay de dos tipos. Los recorridos por las imágenes de la ciudad, y los recorridos que se dan en la imaginación de los transeúntes.
Los primeros aluden a los recorridos por las imágenes de la ciudad en un conjunto de fotos, en las imágenes del cine, de la publicidad o de la televisión.

Los segundos son aquellos generados por las evocaciones, los recuerdos y la memoria. Ambos dan la dimensión de la ciudad imaginada, construida en las mentalidades por imágenes que resumen la vivencia y el sentido de un lugar y unas relaciones.


martes, 23 de noviembre de 2010

Cultura Urbana - Marita Ibañez








Ciudad Retaceada. Obra de Marita Ibañez http://maritaibanezes.blogspot.com/







Cultura Urbana - Nestor García Canclini



Ciudad invisible y vigilada
Nestor Garcia Canclini (Argentina)




¿Cómo nos arreglamos para vivir a la vez en la ciudad real y la ciudad imaginada? Todas las ciudades presentan una tensión entre lo visible y lo invisible, entre lo que se sabe y lo que se sospecha, pero la distancia es mayor en las megalópolis.
La primera oscilación entre lo visible y lo invisible se muestra como tensión entre la ciudad experimentada físicamente y la ciudad imaginada. Nos damos cuenta de que vivimos en ciudades porque nos apropiamos de sus espacios: casas y parques, calles y viaductos. Pero no recorremos la ciudad sólo a través de medios de transporte sino también con los relatos e imágenes que confieren apariencia de realidad aun a lo invisible: los mapas que inventan y ordenan la trama urbana, los discursos que representan lo que ocurre o podría acontecer en la ciudad, según lo narran las novelas, películas y canciones, la prensa, la radio y la televisión.
La ciudad se vuelve más densa al cargarse con fantasías heterogéneas. La urbe programada para funcionar, diseñada en cuadrícula, se desborda y se multiplica en ficciones individuales y colectivas. Esta distancia entre los modos de habitar y los modos de imaginar se manifiesta en cualquier comportamiento urbano. Pero quizás es en los viajes donde irrumpe con más elocuencia el desajuste entre lo que se vive y lo que se imagina. Desde las descripciones de Hernán Cortés a las de Humboldt sobre la ciudad de México, desde las de empresarios norteamericanos hasta las de exiliados latinoamericanos, del discurso de las agencias turísticas hasta el de los medios masivos, sería posible indagar cómo se fue configurando un imaginario internacional sobre la capital mexicana.
Podríamos anticipar que viajar a la ciudad de México es para muchos extranjeros buscar el encuentro con la mayor ciudad latinoamericana de origen prehispánico, y a la vez con la más poblada y contaminada del mundo. Así como Rem Koolhaas ha dicho que Nueva York es “la estación terminal de la civilización occidental”, se piensa que México DF es el último puerto de los delirios de Occidente en su versión tercermundista. En realidad, México no es ni la más poblada ni la más contaminada, aunque se acerca a esos logros: Tokio tiene 25 millones de habitantes y Sao Paulo 18 millones.
En un estudio reciente, buscamos conocer los imaginarios que suscita la ciudad de México no a quienes viajan hasta ella, sino a quienes viajamos por ella diariamente. Partimos de la simple observación de que las ciudades no se hacen sólo para habitarlas, sino también para atravesar su espacio. En la ciudad de México varios millones de personas ocupan entre dos y cuatro horas diarias transportándose en metro, autobuses, taxis y coches particulares. Cuando se realizan 29 millones de viajes-persona por día, las travesías por la capital son formas importantes de apropiación del espacio urbano y lugares propicios para disparar imaginarios. Al recorrer las zonas que desconocemos, nos cruzamos con múltiples “otros” e imaginamos cómo viven en escenarios distintos de nuestros barrios y centros de trabajo.
Presentamos un conjunto de 52 fotos que muestran viajes diversos por la ciudad de México, desde la década de los cuarenta a la actualidad, a diez grupos de viajeros (repartidores de alimentos, vendedores ambulantes, vendedores de seguros, policías de tránsito, estudiantes y profesionales que viven lejos de sus lugares de trabajo) y les pedimos que describieran esas imágenes. No voy a repetir aquí los relatos y comentarios provocados por esas fotos que publicamos en el libro La ciudad de los viajeros, pero recuerdo cómo los viajes habituales por la ciudad -al alejarnos de los lugares conocidos- movilizan suposiciones, sospechas, “visiones” de los problemas urbanos y de la vida de los “otros” que se basan en unos pocos datos y en muchas fantasías. El viaje metropolitano como tensión entre los deseos y los miedos.
Un hecho llamativo son las perspectivas peculiares desde las cuales hablan los habitantes “comunes” sobre las dificultades de la megalópolis, distintas de las que manejan la bibliografía científica y la información periodística. La amenaza de la contaminación es inquietante para algunos, pero otros la relativizan con argumentos curiosos: el riesgo se atenúa si “lo podemos ver de esta forma: la contaminación, los alimentos, todo es una forma de intoxicación, y el sudarlo tantito es una forma de desintoxicarnos. Sí, recibimos algo de eso, pero lo que estamos sacando afuera es lo que nos hace sentirnos mejor”.
Las interpretaciones distorsionadas de varias fotos sugieren que aun lo que sucede en zonas céntricas puede ser desconcertante. Pero se inventan los datos de esos hechos desconocidos para coexistir “naturalmente” con ellos. Así, por ejemplo, un plantón de manifestantes en el Zócalo es interpretado como un conjunto de migrantes que se instala ahí porque no tiene dónde vivir. Los policías, ante la imagen de dos niños drogados en la glorieta donde se ve el David, exclaman: “¡Cómo van a estar ahí, junto a la Diana Cazadora!”
En el grupo de estudiantes, frente a la foto del Periférico, alguien dice que para él “más bien como que es una salida a provincia por los cerros. Me da la idea de que a veces todo el mundo quisiera fugarse de esta ciudad”. Como había dicho poco antes otro participante, en el mismo grupo: “cada quien construye su idea de viaje”.
Estas visiones fantasiosas son estimuladas por el carácter demasiado vasto y complejo de lo que sucede en la gran ciudad. Así como para alcanzar los objetivos de los viajes hay que usar desvíos o atajos, convivir con los problemas que parecen irresolubles incita a buscar rodeos del pensamiento, “resolver” en lo imaginario, para hacer sentir habitable un entorno hostil. Importa menos saber cómo funciona efectivamente la sociedad que imaginar algún tipo de coherencia que ayude a vivir en ella.
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La ciudad imaginada por los medios
Hay partes de la urbe que se vuelven invisibles cuando la ciudad comunicacional comienza a prevalecer sobre la ciudad transitada. En los últimos cincuenta años, la expansión de la ciudad de México la elevó de 1,600,000 personas a 17 millones, de un Distrito Federal acotado a un área metropolitana de 1,500 kilómetros cuadrados: perdimos la posibilidad de experimentar la ciudad en conjunto, pero la radio, la televisión y las últimas tecnologías informáticas (computadora, fax, e-mail) llevan la información y el entretenimiento a domicilio. Los usos de la ciudad se reorganizan: la desordenada explosión hacia las periferias, que diluye el sentido y los límites del propio territorio, se equilibra con los relatos de los medios sobre lo que ocurre en sitios alejados dentro de la urbe. Del paseo donde el fl‰neur reunía la información citadina que luego volcaría en crónicas literarias y periodísticas, pasamos al helicóptero que sobrevuela la ciudad y ofrece cada mañana, a través de la pantalla televisiva y las voces radiales, el simulacro de una megalópolis vista en conjunto. Los desequilibrios e incertidumbres engendrados por la urbanización irracional y especulativa, parecen ser compensados por la eficacia tecnológica de las redes comunicacionales.
Pero ¿quiénes hablan en los diarios, la radio y la televisión? Varios estudios realizados en esta década muestran que en la prensa dominan las fuentes y los actores oficiales. Si bien en algunos diarios aumentaron las voces de la sociedad civil, éstas representan un 28 por ciento, frente al 43 por ciento de material estatal. La mitad de las noticias y las fotos corresponden al Distrito Federal, sobre todo al Centro Histórico, y sólo 17 por ciento a los municipios conurbados, donde vive más de la mitad de la población del área metropolitana. Como lo demuestra el análisis de Miguel Angel Aguilar sobre este tema, los diarios dan más elementos que otros medios para reflexionar sobre la capital y elaborar la condición de ciudadano, pero no contribuyen a expandir la visión de la ciudad en sentido proporcional al crecimiento de su territorio y de su complejidad. Pese al énfasis en la novedad y en lo insólito, finalmente los diarios se concentran en lo conocido; aunque se venden como informadores de la actualidad, y por tanto el presente es el momento privilegiado, se instalan en lo habitual, lo que en este momento prolonga estereotipos formados históricamente.
En los últimos años, en radios y canales televisivos se abrió espacios a partidos de oposición y a movimientos urbanos, a denuncias y demandas de ciudadanos. Pero varias investigaciones sobre lo que ocurre en estos programas de “expresión pública” (véanse los trabajos de Angela Giglia y Rosalía Winocur) revelan que muy pocas veces crean puentes entre los participantes y las autoridades. Quienes dirigen tales programas traducen las declaraciones de los oyentes para integrarlas en un discurso homogéneo, aunque la interrelación invocada por el conductor simula reconocer la variedad de posiciones sociourbanas desde las cuales se habla: “usted que transita a la altura del viaducto Tlalpan”, “señor o señora”, “la gente”, “el público”, “los habitantes”, “un amigo del auditorio”. En los casos en que hay teléfono abierto, se admiten expresiones literales de los participantes; en otros, son seleccionadas y reelaboradas para adecuarlas a objetivos de la emisora. En todas las situaciones, la tendencia es reducir la complejidad y situar las opiniones diversas en un consenso que se imagina compartido por la mayoría.
La valoración de tales espacios participativos debe tener en cuenta una cierta negociación entre locutores y receptores. Las radios y televisoras propician la expresión de sus oyentes a cambio de que ellos les reconozcan credibilidad. Se deja hablar a “la ciudadanía”, pero ésta debe dejarse limitar, orientar y hasta censurar. Al final queda la duda de cuánto conceden estos medios para que se extienda la esfera pública, y cuánto buscan, a través del rodeo de “la libre expresión”, testimonios que legitimen su lugar en el mercado de las comunicaciones.[...]
¿Qué logramos saber de la ciudad “real” a través de lo que cuentan los medios? No hay que subestimar lo que se ha ganado en transparencia y democratización social gracias al desarrollo de las comunicaciones masivas. Cuesta pensar que las exigencias democratizadoras en las ciudades, los reclamos por la contaminación y los derechos humanos, hubieran podido tener la trascendencia que lograron sin la repercusión que les viene dando la prensa, la radio y la televisión. Las secciones especiales sobre “la ciudad” o “la metrópoli” expresan la alarma de una parte de la ciudadanía ante el crecimiento sin planificación y los efectos autodestructivos de nuestros modos de habitar. No es posible atribuir en bloque, al conjunto de las industrias culturales, la virtud de haber ampliado el horizonte informativo de las masas. Pero si distinguimos entre los medios más comercializados, más dependientes del rating, sólo reproductores de los gustos y el sentido común mayoritarios, y, por otra parte, aquellos preocupados por ampliar la información y representar las voces críticas, hay que reconocer a éstos el haber enriquecido las agendas de discusión en las sociedades contemporáneas.
¿Cuántas de estas revelaciones y ampliaciones de agenda se acumulan, se convierten en memoria y voluntad de transformación? No hay nada más anacrónico que las noticias del diario de ayer, se ha dicho muchas veces. Más vertiginoso aún es el régimen de obsolescencia visual de la televisión, donde la actual multiplicación de canales exacerba la necesidad de neutralizar el zapping mediante la renovación incesante de los estímulos. Discutir la política de los medios se volvió parte del debate sobre la vida de la ciudad: ¿nos empujan inexorablemente las tecnologías audiovisuales al repliegue doméstico, al olvido y la espectacularización a distancia de lo público, o existen formas de reapropiación crítica de las representaciones mediáticas?
Ciudadanos atrincherados
El tercer procedimiento de invisibilización de las ciudades deriva de las nuevas formas de segregación espacial que producen quienes se encierran y ocultan mediante muros, rejas, la privatización de calles y los dispositivos electrónicos de seguridad. No conozco estudios de los cambios veloces que este proceso está generando en la sociabilidad y en los imaginarios de la ciudad de México. Hay encuestas, debates periodísticos y parlamentarios, manuales que recomiendan cómo protegerse de secuestros, robos de coches, casas, tarjetas de crédito y violaciones: uno de estos manuales sostiene que “las bardas, el alambrado de púas y los perros entrenados no han logrado detener el embate del mal”; por eso, destacan la necesidad de prepararse personalmente para saber defenderse, algo así como tener una cultura contra los riesgos.[...]
Las nuevas estrategias de protección adoptadas por los habitantes modifican el paisaje urbano, los viajes por la ciudad, los hábitos y comportamientos cotidianos. En barrios populares -las favelas brasileñas, las villas miseria de Buenos Aires y sus equivalentes en Bogotá, Caracas y México- los vecinos se organizan para cuidar la seguridad y aun impedir, en ciertos casos, la entrada de la policía. Los sectores económicos más poderosos establecen conjuntos residenciales y lugares de trabajo cerrados a la circulación o con acceso rigurosamente restringido. Algunos colocan controles igualmente estrictos en los centros comerciales, los incluyen dentro de los conjuntos habitacionales, o llegan a extremos como el de la zona de Morumbi, en Sao Paulo, donde a los guardias privados y los clubes dentro de los edificios se agregan otras ofertas que apelan tanto a la demanda de seguridad como de distinción: una alberca por departamento, tres recámaras para empleadas domésticas, dos salas de espera para choferes en el sótano y habitaciones especiales para guardar la cristalería.
La segregación física instituida por estos “enclaves fortificados”, como explica Teresa Caldeira, es exacerbada por cambios en los hábitos y rituales familiares, por obsesivas conversaciones sobre la inseguridad que tienden a polarizar lo bueno y lo malo, establecer distancias y muros simbólicos que refuerzan las barreras físicas. Una cultura de la protección sobrevigilada se alía con nuevas reglas de distinción para privatizar espacios públicos y separar más abruptamente que en el pasado a los sectores sociales. El imaginario se vuelve hacia el interior, rechaza la calle, fija normas cada vez más rígidas de inclusión y exclusión.[...]
El espacio público de las calles queda como espacio abandonado, síntoma de la desurbanización y del olvido de los ideales modernos de apertura, igualdad y comunidad; en vez de la universalidad de derechos, la separación entre sectores diferentes, inconciliables, que quieren dejar de ser visibles y de ver a los otros.
A esto se agrega en muchas ciudades, como describe Mike Davis respecto de Los Angeles, “respuestas armadas ubicuas”, hechas por agentes diversos y no coordinados. Al “control arquitectónico de las fronteras sociales” y la militarización errática de la vida urbana,se añade el manejo “policializado” del espacio electrónico y el acceso pagado a las “comunidades de informaciones”, bancos de datos para élites y servicios por suscripción que “se apropian de partes del ágora invisible”. “En una ciudad de varios millones de inmigrantes, las amenidades públicas están disminuyendo radicalmente, los parques son abandonados y las playas se vuelven más segregadas, las bibliotecas y los centros públicos de diversión son cerrados, los agrupamientos juveniles prohibidos, y las calles se van volviendo más desoladoras y peligrosas.” “Al mismo tiempo en que son demolidos los muros en Europa oriental, se los está erigiendo por toda la ciudad de Los Angeles.”
De la vigilancia al imaginario colectivo
[...] Cuando la ciudad de México se prepara para definir quiénes serán sus gobernantes y se crean condiciones para una elección más transparente, la metrópoli que desde hace décadas es imposible de abarcar con la mirada del paseante se vuelve opaca aun en las zonas que conocíamos. Se multiplican los lugares por donde ya es mejor no transitar ni detenerse a ver, crecen los pedidos de vigilancia. ¿Servirá la nueva etapa para que juntos, gobierno, partidos que no ganen, movimientos sociales y ciudadanos comunes, podamos imaginar una ciudad distinta? ¿Por qué la ciudad de los medios es tan a menudo sólo la ciudad de los miedos?
Quizá no todas las noticias de cambios sean anuncios de peligros, ni todos los peligros sean tan alarmantes. Tal vez la primera tarea consista, por eso, en discernir lo que efectivamente está ocurriendo, estudiar no sólo los conflictos macrosociales y económicos sino también la cultura cotidiana y la cultura política desde las cuales sería posible reconstruir una apropiación menos segregada, más justa y comunitaria, de los espacios urbanos. Se trata de decidir si lo que va a prevalecer es la vigilancia o el conocimiento y la imaginación participativos. Hay dos tipos de ciudades, escribe Italo Calvino: “...las que a través de los años y las mutaciones siguen dando su forma a los deseos y aquellas en las que los deseos o bien logran borrar la ciudad o son borrados por ella”.
Leo en un número reciente de la Revista Mexicana de Política Exterior el espléndido artículo “Historia de tres ciudades”, referido también a sedes de grandes conferencias mundiales donde se trataron algunos de estos temas (Río, Viena y Chicago), escrito por L. M. Singhvi. Cuenta la anécdota de un periodista de Europa oriental que decía: “...nuestros periódicos, como los periódicos del resto del mundo, contienen verdades, verdades a medias y mentiras. Las verdades se encuentran en las páginas de deportes, las verdades a medias en las predicciones del clima y las mentiras en todo el resto”. Para hacer una ciudad más visible sería útil que los medios masivos que nos ayudan a imaginarla incluyeran toda la información urbana en la sección deportiva.